Jean-Claude Carrière y Luis Buñuel

Jean-Claude Carrière es el último guionista con el que Buñuel colaboró a lo largo de lo que se conoce como su etapa francesa. Escribieron juntos los guiones de  Diario de una camareraBelle de jourLa vía lácteaEl discreto encanto de la burguesíaEl fantasma de la libertadEse oscuro objeto del deseo, más otros que no llegaron a la pantalla: El monje, Là-bas y Agón. Fue el redactor de sus “memorias”: Mi último suspiro. Le hizo interpretar a Prisciliano en La vía láctea y a un sacerdote en Diario de una camareraTambién salía de sacerdote en Belle de jour en la escena de la misa negra, pero esa escena fue cortada en parte y al final no aparece.
El encuentro con Carrière ha sido determinante para el descubrimiento de un nuevo discurso escrito que favorece a continuación las audacias narrativas por la imagen, concediendo a los sueños, ensoñaciones y divagaciones de la imaginación el estatus adulto. Al fin lo imaginario accede en igualdad de derechos con lo vivido en un discurso que, por excelencia, no concierne a lo imaginario: el film. Jean-Claude Carrière ofrecía la doble cualidad de ser intelectualmente de cultura francesa y latino de temperamento, lo que facilita la complicidad necesaria.[1]
Jean-Claude Carrière
El Buñuel de Carrière es el resultado de una determinada reacción química que se produce al coger a Buñuel y aplicarle los reactivos de la cultura francesa.[2] Sus diálogos son asépticos y de abstracción cartesiana.[3]
A Carrière se atribuye el inventario de las cinco obsesiones de Buñuel: Dios, muerte, mujeres, vino y sueños. También el carácter lúdico de sus últimos filmes, que cultivan el gusto por la paradoja. No son pocos  los que consideran que la colaboración de Buñuel con el francés no está a la altura de los otros dos colaboradores. Veamos algunos:
Los films realizados en Francia en su última etapa "desvirtúan la poética de nuestro autor, debido a la intervención de Jean-Claude Carrière que entendía la tarea de guionista como la de suministrador de situaciones típicamente "buñuelescas" lo que daba como resultado la indiferenciación de los niveles de "motivos" y de la "historia".[4]
Los resultados del tríptico revolucionario [Buñuel, Carrière, Silberman] no fueron muy satisfactorios. Uno de los elementos que tienen en común las películas que lo integran es su carencia casi total de humor, señal inequívoca en la filmografía buñuelesca de que algo no marcha bien y el realizador no pisa terreno seguro (con excepción de Tierra sin pan y Los olvidados). Impresión inicial que se incrementa cuando se repara en el sacrificio de los elementos irracionales a favor de la nitidez del compromiso político[5].
Carrière en Diario de una camarera
De Jean-Claude Carrière y su colaboración con Buñuel hemos hablado ampliamente en mi post: Luis Buñuel: la escritura del guion (II) Jean-Claude Carrière lo cuenta, y por eso aquí solo vamos a añadir algún comentario que complete lo ya dicho, empezando por aclararnos el por qué Buñuel decía que era con él con el que se sentía más identificado: Sí, lo dijo muchas veces. Teníamos algunas cosas en común. Soy del sur de Francia. hay una cultura del Mar Mediterráneo. Yo me siento mucho más en familia con un italiano o con un español que con un francés del norte, por ejemplo. Hay una comunión de sensi­bilidad, de cultura, de tradición alrededor del Mar Mediterráneo. Existe una cultura común. También el latín y una cierta educación católica. No fui alumno de los jesuitas, pero sí de otra orden religiosa que se llama los Lazaristas. La misma educación en el mismo ambiente cul­tural da algo en común, da muchas cosas de qué hablar.
Teníamos eso en común: la educación, la mediterranía, los vinos, y también puedo decir para mí, un gusto fundamental, ya viejo, hacia los escritores y artistas del grupo surrealista. Desde que tenía trece o catorce años empecé a leer, lo que se dice verdaderamente a leer, con los libros de André Breton y los del grupo surrealista, que siempre han tenido una influencia muy grande sobre mí. Ahí hay mucho que com­partir. Y también el éxito común que hemos tenido. Eso es importante, porque si dos hombres o mujeres trabajan juntos en una película, y les va muy bien y son muy amigos, pero por una razón misteriosa la película fracasa, hay algo que se rompe en la amistad. Existe una duda entre los dos. Hay algo que, obviamente, no funcionó, y es muy difí­cil reunir a los dos otra vez sin sospechar quién fue el culpable.[6]
Belle de jour
Y añade sus recuerdos: Hay dos o tres imágenes de Buñuel muy fuertes: en su pequeño bar en su casa de México, con el plano del Metro de Paris en la pared, preparando un Buñueloni. Un momento de felicidad. Lo estaba esperando Don Luis desde la mañana. Llegaba a ser el mejor momento del día, entre sus amigos, charlando, con su perrita Tristana en las rodillas. Esa es una imagen muy fuerte de su presencia, de su carisma, de su autoridad sonriente y de su sen­tido del humor.
Otra imagen es la de Don Luis caminando por los caminos de España o de México. Cada día necesitaba caminar, solo. La imagen de Don Luis andante, con la cabeza un poco baja, porque tenía al final algo de artritis. La imagen de un hombre muy solitario. Estas dos imágenes contradictorias, la del hombre social, muy amable, son­riente, muy lleno de humor, y la del hombre solitario, las recuerdo perfectamente. Se habla poco de su generosidad. Realmente era muy generoso, muy lleno de bondad.
Claro, no puedo olvidar sus ojos, su mirada, porque durante veinte años estuve sentado frente a Buñuel con sus ojos famosos mirán­dome. Es un sentimiento extraordinario de transparencia, de no poder esconder nada. Es un sentimiento que da un poco de miedo, pero, al mismo tiempo, proporciona seguridad, porque no es necesario men­tir, contar historias fantásticas, ya que él sabe todo y lo ve todo. La mirada del sordo. Es inolvidable.[7]
Buñuel odiaba la glorificación del artista. Formalmente era enemigo acérrimo del efectismo y del esteticismo.[8]
Yo he aprendido con Buñuel, además de este necesario espacio dado al trabajo inconsciente, que la imaginación es un músculo que se en­trena, como la memoria: de ahí estas condiciones particulares de vida desti­nadas a elevar el espíritu antes de que se duerma de nuevo. pues es tan po­deroso como perezoso. Y este entrenamiento puede conducir a la imaginación a ir más allá, a descubrir un nuevo mundo dentro del nuestro. El número de situaciones llamadas dramáticas está lejos de ser limitado, corno se intentaba hacer creer en el siglo XIX. donde todo debía estar reglamentado. El surrealismo lo ha probado bien. El campo es extenso, más extenso incluso de lo que suponemos.
Además, esta imaginación indispensable, adonde lo dirijamos, sigue siendo nocente El famoso “pecado de intención” de nuestra infancia, los “malos pensamientos”, ya no existen, puesto que nosotros inventamos situaciones que querríamos fueran humanas.
El discreto encanto de la burguesía
Un guionista, decía, Luis, debe matar a su padre cada día, violar a su madre y traicionar a su patria. Es su deber, de algún modo. Y está ahí para eso. Sr no lo hace, nadie lo hará en su lugar, y corre el riesgo de parecer blando. De ahí un cierto coraje necesario que nos hace pasar cada día (no para engancharnos forzosamente) por lo horrible, lo irracional y lo vulgar.
Me quedan de aquellos años los recuerdos de una existencia difícil, de un régimen de atleta, pues encontrarse cara a cara con Buñuel, que a pesar de su bondad innata no te ha pedido venir por gusto, ni por indulgencia es aceptar una especie de reto. Es absolutamente preciso estar en tu mejor forma y disponibilidad, si no se dará cuenta en pocos segundos.
El recuerdo también de un encuentro incomparable, de un bloque de granito español que se abría cada día delante de mí, y donde descubría, hasta el final, mil paisajes distintos.[9]
Hay muchas cosas que se podrían decir sobre una relación humana que duró cerca de 20 años, y de una amistad profunda. Pero para mí, cuando pienso en Buñuel (algo que me sucede cada día, y varias veces al día incluso), hay dos cosas que me vienen: para mí es un maestro, es un hombre cuya influencia en el trabajo y en la vida dura después de su muerte. El maestro nunca muere. A veces en mi vida cotidiana, hoy, a mi edad, cuando tengo un problema o indecisión, me pregunto: ¿qué habría hecho Luis en mi lugar?, no estoy hablando del cine, sino de la vida. Es una ayuda enorme saber que hubo en mi vida un hom­bre que me está influyendo hoy, en mi vida actual.[10]



[1] Marcel Oms: Don Luis Buñuel. Les Éditions du Cerf, 1985, Pág. 196
[2] AA. VV.: Camino y encuentro con Luis Buñuel. Encuentro Internacional de cine de Burgos, 1994, Pág. 84
[3] Agustín Sánchez Vidal: Luis Buñuel. Ed. J.C., 1984, Pág. 187
[4] Santos Zunzunegui: Paisajes de la forma. Ediciones Cátedra. 1994. Pág. 138
[5] Agustín Sánchez Vidal: De las coproducciones al tríptico final. En: Buñuel en 3 dimensiones, Gobierno de Aragón, 1999, Pág. 35
[6] Conversaciones con Jean-Claude Carrière, Ayuntamiento de Zaragoza, 2004, pág. 26
[7] Conversaciones con Jean-Claude Carrière, Ayuntamiento de Zaragoza, 2004, págs. 25-26
[8] Jean-Claude Carrière en El País, 4 de marzo de 2000, pág. 58
[9] Jean- Claude Carrière: Trabajar con Buñuel, en Petisme: Buñuel del desierto, Aragón-LCD PRAMES, 2000, págs., 19-21
[10] Conversaciones con Jean-Claude Carrière, Ayuntamiento de Zaragoza, 2004, págs.. 114-5

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