El putrefacto y el carnuzo

Fue hacia mediados de los años veinte cuando en nuestros medios artísticos y literarios hizo furor la palabra putrefacto, la más generalizada de cuyas acepciones fue la referida a todas aquellas  personas o cosas que, en un momento dado, se tenían por inactuales o trasnochadas. Putrefacto equivalía, así, a grado extremo de consunción por inmovilismo, e implicaba, como vituperio, el emparejamiento con el mal olor que trasciende todo cadáver insepulto.[1]
La Orden de Toledo: Pepín Bello, José Moreno Villa, María
Luisa González, Buñuel, Dalí y José Mª Hinojosa, 1924. Tole
Entre los miembros de la Residencia se utilizó como adjetivo descalificador. Se aplicaba a “todo lo que oliera a caduco, anacrónico, decadente, tradicional o antivanguardista. A putrefacto se oponía como elogio antiartístico, sinónimo de vanguardia o antidecadente.”[2] Era pues un vocablo utilizado entre la nueva y la vieja generación y también para calificar a las falsas vanguardias.

Rafael Alberti nos da la que podemos considerar la definición más completa: El putrefacto, como no es difícil deducir de su nombre, resumía todo lo caduco, todo lo muerto y anacrónico que representan muchos seres y cosas. Dalí cazaba putrefactos al vuelo, dibujándolos de diferentes maneras. Los había con bufandas, llenos de toses, solitarios en los bancos de los paseos. Los había con bastón, elegantes, flor en el ojal, acompañados por la bestie. Había el putrefacto académico y el que sin serlo lo era también. Los había de todos los géneros: masculinos, femeninos, neutros  y  epicenos.  Y de  todas  las  edades.  El  término llegó a aplicarse a todo: a la literatura, a la pintura, a la moda, a las casas, a los objetos más variados, a cuanto olía a podrido, a cuanto molestaba e impedía el claro avance de nuestra época.[3]
Aunque sabemos que se originó en la primera mitad de los años veinte, se desconoce la fecha exacta, quién o quiénes fueron los primeros que lo emplearon y el lugar en que surgió.[4]
La primera mención escrita que se conoce es un artículo de José Moreno Villa de 1927 y en el dice que la palabra surgió en 1925 y además daba noticia del libro que sobre “los putrefactos” había tenido intención de publicar Dalí.[5]
Como aventura editorial, el origen del libro Los putrefactos se sitúa en las vacaciones de Semana Santa de 1925, primera estancia de Lorca en Cataluña, invitado por Dalí.
El libro comprendía un ensayo preliminar de Lorca y una colección de dibujos de Dalí. Ya antes, dibujos de putrefactos habían empezado a circular entre los más allegados a Dalí en la Residencia...
Lorca jamás envió su texto. Y desde abril de 1926 cesan los apremios de Dalí...
Dalí, Moreno Villa, Buñuel, Lorca y
José Antonio Rubio, 1926
No obstante, el término sobrevivió al abandono del libro y el “asunto” de los putrefactos, así como el complejo de significados que se tramó en torno a este tema siguió vivo en las obras de quienes participaron, directa o indirectamente, en el proyecto.[6]
En Julio de 1927 Dalí publicó su artículo titulado Sant Sebastià, en donde por primera vez, el pintor formuló la oposición radical entre lo putrefacto como categoría negativa, y lo antiartístico como categoría positiva, e introdujo, como eco del maquinismo futurista y lecorbusiano, el concepto clave de la Santa Objetividad que la máquina óptica (de fotografía y del cine) hace posible....
Su teoría racionalista de la Santa Objetividad, oponía el cientifismo empírico del antiarte, derivado del maquinismo (de la fotografía, del cine) al viejo arte caduco heredado del romanticismo, que acababa asimilando a la categoría de lo putrefacto...Dalí fue desarrollando su teoría de la Santa Objetividad en varias intervenciones posteriores.[7]
Como es lógico suponer Buñuel utilizaba el término de forma habitual en aquellos años, como lo indican algunas muestras de su correspondencia:
·                 Ha tomado mi vida: un rumbo definitivo e inesperado. Me dedico a la cinegrafía. Voy a comenzar a ayudar a Jean Epstein en la mise en scene para aprender el oficio. Además, paralelamente, publicaré cosas relativas al cine. Teoría, escenarios, etc. Tal vez dentro de un par de años con lo publicado y con la experiencia adquirida al lado de tan buen maestro me declararé independiente. Excuso decirle que en España hay campo virgen para un cineasta. Lo hasta ahora existente es tan putrefacto que aleja de la pantalla a cualquier hombre de sensibilidad.[8]
·                 Federico me revienta de un modo increíble. Yo creía que el novio es un putrefacto pero veo que lo más contrario es aún más. Es su terrible estetismo el que lo ha apartado de nosotros. Ya sólo con su Narcisismo extremado era bastante para alejarlo de la pura amistad. Allá él. Lo malo es que hasta su obra podría resentirse.[9]
Lorca, Buñuel, 1923
·                 Comprenderás la distancia que nos separa a ti, Dalí y yo de todos nuestros amigos poetas. Son dos mundos antagónicos, el polo de la tierra y el sur de Marte, y que todos sin excepción se hallan en el cráter de la putrefacción más apestante.[10]Uno de los putrefactos o carnuzos más emblemáticos era el Cardenal Tavera, estaba en Toledo y en las visitas que el grupo hacía a la ciudad era una parada obligatoria: Unos minutos de recogimiento delante de la tumba yacente del cardenal, muerto de alabastro, de mejillas pálidas y hundidas, captado por el escultor una o dos horas antes de que empezara la putrefacción. Se ve esa cara en Tristana. Catherine Deneuve se inclina sobre esta imagen fija de la muerte.[11]
Hemos dicho que no sabemos quién “inventó” el vocablo, unos dicen que Dalí, otros García Lorca e incluso Pepín Bello. A este respecto el mismo Pepín Bello declaró:
-¿De quién surge la idea de los "putrefactos" y todo esos tér­minos que utilizaban ustedes, la pandilla que se formó en la Residencia?
-De todos, de todos...
-¿No se lo quiere apuntar usted?
-No, no, eran cosas que surgían así...[12]
Por otro lado Dalí diría: “Me complace recordar que, en 1927, sin el más mínimo contacto, coincidimos en el burro podrido tres personas alejadas en el tiempo: yo, en Cadaqués, realizaba aquellos días una serie de pinturas, en las cuales aparecía una especie de burro podrido lleno de moscas como tema obsesionante; casi simultáneamente, recibía dos cartas: una de Pepín Bello, de Madrid, en la cual me hablaba del burro podrido y describía cosas de un total paralelismo con otras de mis recientes escritos; pocos días después, Luis Buñuel me hablaba de un burro podrido en una carta de París.”[13]
Como dice Román Gubern: “En este imaginario colectivo la palabra y el concepto “putrefacto” resultaron claves. Su origen tenía múltiples raíces. Por una parte estaba la mitología aragonesa del carnuzo, derivada del presunto milagro de Calanda (1640), en el que al cojo Miguel Pellicer le creció una noche una pierna a partir de su muñón. Era este un referente importante para los aragoneses Buñuel y Pepín Bello. Pero además Buñuel ha explicado en varios lugares la impresión que le produjo a los ocho años su encuentro campestre con el cadáver putrefacto de un burro que estaba siendo devorado por unos buitres...Pero también desde 1927 Salvador Dalí había introducido en su pintura la iconografía del burro muerto y putrefacto (desde La miel es más dulce que la sangre”). Y en su importante artículo Sant Sebastià (En L´Amic de les arts, de julio de 1927) formuló Dalí por primera vez la crucial dicotomía formada por lo putrefacto (es decir, decadente, sensiblero y lacrimógeno), opuesto a lo antiartístico (moderno, funcional, sobrio, valioso, actual)...” [14] 
Dalí, Lorca, Pepín, 1924
Como apunta Gubern el término carnuzo está directamente relacionado con putrefacto. Aquí el término apunta directamente a Pepín Bello y a Buñuel. Ambos nos contaron sus experiencias en este terreno.
Por un lado tenemos a Buñuel, que tuvo conciencia de la putrefacción a los 8 años en Calanda:  Acom­pañaba a mi padre en sus caminatas, cuando íbamos a alguna de las fincas. Un día, senti­mos un olor terrible en uno de aquellos oliva­res. Un olor a putrefacción. «¿Qué será?» Mi padre se quedó atrás fumando un cigarrillo. Yo me metí entre los olivos y vi un inmenso animal rodeado de unos buitres enormes, que parecían curas. Los campesinos, cuando las bestias de labor morían, las dejaban al aire libre para que al pudrirse abonasen la tierra. Más tarde, teniendo yo veintitantos años, maté a un burro con un rifle, para esperar a los buitres.[15]
En sus memorias lo cuenta de otra manera: Un día, mientras paseaba con mi padre por un olivar, la brisa trajo hacia mí un olor dulzón y repugnante. A unos cien metros, un burro muerto, horriblemente hinchado y picoteado, servía de banquete a una docena de buitres y varios perros. El espectáculo me atraía y repelía a la vez. Las aves de tan ahítas, apenas podían levantar el vuelo. Los campesinos, convencidos de que la carroña enriquecía la tierra, no enterraban a los animales. Yo me quedé fascinado por el espectáculo, adivinando no sé qué significado metafísico más allá de la podredumbre.[15a]
Por su parte Pepín Bello dijo: Yo solía ir al barranco de la Alfándiga, que  entonces estaba en la carretera de Huesca a Barbastro, a ver las carroñas de los burros, que allí se llamaban carnuzos. Con los gases se hinchaban y quedaban las pieles tensas como tambores. Cuando lanzabas una piedra, retumbaba en el cuero hasta que los buitres los comenzaban a picotear y les hacían agujeros.[16]
En general son más los que se inclinan en ver a Pepín Bello como el núcleo a partir del cual se extendieron los términos de carnuzo y putrefacto. Aparte de que Dalí le enviaba en sus cartas dibujos de algunos de sus “putrefactos” y tuvo conocimiento de sus teorías, mantenía contacto con los otros miembros del grupo: Buñuel, Dalí, etc.
Entre los que opinan así tenemos Santiago Ontañón: “Recuerdo que Pepín Bello, el genial Pepín Bello que tanta influencia ejercía sobre todos nosotros, y en especial sobre Lorca y Dalí, inventó un día los carnuzos y su definición correspondiente, rápidamente aceptada y puesta en circulación inevitablemente en nuestras conversaciones en aquellos años veinte. Carnuzo era toda forma o apariencia desagradable, sólida y carnosa, repugnantemente muerta. Pues ese burro muerto que creo que aparece  sobre un piano en Un perro andaluz, tampoco es una idea daliniana, sino que es en realidad una aportación indirecta de Pepín Bello. Cualquiera del grupo que hoy sobreviva sabe perfectamente que esta secuencia de Un perro andaluz no es más que un carnuzo de Pepín Bello escenificado; pero idea original de Dalí, en absoluto.”[17]
Buñuel, Dalí, 1929, Figueras
Y Rafael Alberti insiste en lo mismo: “Todo esto de los burros y los pianos, muchas de esas cosas eran de Pepín Bello. Eso, Buñuel lo sabe bien. Pepín Bello estaba lleno de ima­ginación, y eso del «putrefacto» y todas esas cosas, muchas de ellas eran de Pepín. Fue entonces cuando Dalí dibujó, creo, «el putrefacto» y todas esas cosas; pero el que había hablado más de todo eso y se pasaba la vida perdiendo el tiempo sin hacer nada, por las calles, era Pepín, haciendo el putrefacto.”[18] 
También están los que opinan que su origen está en Buñuel: "De Calanda sacó precisamente lo del balago. En Calanda, al cementerio del asno, de los burros, le llaman el balago. Entonces, Luis, con estos gustos tan extraños que tiene, pues solía ir con amigos al balago, y precisamente de este balago salió tam­bién la palabra carnuzo. Carnuzo, en calandino, es la carne del animal muerto. Esta palabra la adoptaron Lorca y Alberti, que aún la sigue usando, y pasó también a Un perro andaluz."[19]
Sea como fuere, la realidad es que tanto para Buñuel como para Pepín Bello el carnuzo, lo putrefacto, era una vivencia personal cuando llegaron a la Residencia. Otra cuestión es quien tuvo más protagonismo en su divulgación.


[1] Rafael Santos Torroella: “los putrefactos” de Dalí y Lorca, Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, 1995, pág. 17
[2] AA. VV. Las vanguardias artísticas en la historia del cine español. Filmoteca Vasca/A.E.H.C., 1991, pág. 273
[3] Rafael Alberti: La arboleda perdida, Ed. Bruguera, 1980, pág. 161
[4] Rafael Santos Torroella: “los putrefactos” de Dalí y Lorca, Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, 1995, pág. 18
[5] Rafael Santos Torroella: “los putrefactos” de Dalí y Lorca, Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, 1995, pág. 18-20
[6] AA. VV. : Los putrefactos por Salvador Dalí y Federico García Lorca. Dibujos y documentos, Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, 1998, pág.36
[7] Román Gubern: Proyector de luna. Anagrama, 1999, pág. 45
[8] Carta a León Sánchez Cuesta del 10/2/1926, en Agustín Sánchez Vidal: Buñuel, Lorca, Dalí: El enigma sin fin. Ed. Planeta, 1988, pág. 139
[9] Carta a Pepín Bello, 5/9/1927, en Agustín Sánchez Vidal: Buñuel, Lorca, Dalí: El enigma sin fin. Ed. Planeta, 1988, pág. 162
[10] Carta a Pepín Bello, 17/2/1929, en Agustín Sánchez Vidal: Buñuel, Lorca, Dalí: El enigma sin fin. Ed. Planeta, 1988, pág. 198
[11] Luis Buñuel: Mi último suspiro, Plaza & Janés, 1982, pág.72
[12] En torno a Luis Buñuel, Cuadernos de la Academia, nº 7-8, Agosto 2000, pág. 97
[13] Salvador Dalí: L’alliberament dels dits, L’Amic de les Arts, 31 marzo 1929, nº 31, pág. 6. Tomado de : Agustín Sánchez Vidal: Buñuel, Lorca, Dalí: El enigma sin fin. Ed. Planeta, 1988, pág. 26
[14] Román Gubern : El primer Buñuel: Ramón Gómez de la Serna y la Residencia de Estudiantes, En: Obsesión es Buñuel. Ed. Antonio Castro. Asociación Luis Buñuel, pág. 93-4
[15] Tomás Pérez Turrent y José de la Colina: Buñuel por Buñuel, Plot, 1993, pág. 15
[15a] Luis Buñuel: Mi último suspiro, Plaza & Janés, 1982, pág.19
[16] Agustín Sánchez Vidal: Buñuel, Lorca, Dalí: El enigma sin fin. Ed. Planeta, 1988, pág. 28
[17] Agustín Sánchez Vidal: Buñuel, Lorca, Dalí: El enigma sin fin. Ed. Planeta, 1988, pág. 28
[18] Rafael Alberti, en: Max Aub: Conversaciones con Buñuel, Aguilar, 1985, pág. 287
[19] Repollés, en: Max Aub: Conversaciones con Buñuel, Aguilar, 1985, pág. 210

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